CUEVA PINTADA.
En una pared rocosa que se encuentra en el costado noreste de la
barranca del Arroyo San Pablo, regionalmente conocido como Santa Teresa,
y que hace años se llamaba Salsipuedes, a unos 35 m. del
fondo, se encuentra una oquedad de 150 m. de largo, una profundidad
máxima de 12, y un techo bajo en su mayor parte, aunque en algunos
lugares está a más de 10 m. sobre el piso; los lugareños, desde el siglo
diecinueve, bautizaron el lugar como Cueva Pintada. La antigüedad que
el INAH consignó para las pinturas en una placa que está frente a la
cueva es de 10,000 años, aunque no cita la técnica empleada en la
investigación, pero estudios científicos en el fragmento de una pieza
textil encontrada en las cercanías del lugar, arrojó una antigüedad de
3,000 años A.P.; además, personal del mismo proyecto encontró huesos
humanos en un lugar llamado Cueva de León, los cuales fueron pintados de
rojo y negro, lo que podría implicar un simbolismo místico religioso de
esos colores en aquel pueblo de pintores.
Descendiendo al arroyo de San Pablo.
Investigadores de la Universidad de Barcelona, por el método del
carbono radioactivo, encontraron para los pigmentos del león negro de
Cueva del Ratón, muy cerca de San Francisco de la Sierra, una antigüedad
de 4,845, más menos 60 años A.P., y por su parte, el doctor Clement
Meighan atribuye a las pinturas de la cercana región de Comondú una
antigüedad de 1,432 más menos 80 años.
Acceso a Cueva Pintada
La única referencia testimonial sobre la gran antigüedad de las
pinturas la dieron los cochimíes a los jesuitas; el padre José Mariano
Rothea, de la misión de San Ignacio, hizo un relato escrito que incluyó
Miguel del Barco en su manuscrito Historia Natural y Crónica de la
Antigua California, en el que narra la tradición cochimí sobre la
procedencia de los pintores: los indios de la misión afirmaban que un
pueblo de gigantes que venía del norte había llegado hasta la península;
algunos se establecieron en la costa del Mar del Sur y otros en la
sierra, e hicieron las pinturas rupestres; sin embargo, los miembros de
aquella nación se mataron entre ellos, además de que los propios
ancestros de los cohimíes contribuyeron a su aniquilamiento.
De lo alto se ven pequeños bosques de palmeras nativas.
Es inaceptable como verídica en su totalidad la tradición
cochimí, pero no es descabellado pensar que una rama ancestral de los
yumas, cuya elevada estatura sorprendió a los españoles, haya llegado a
las serranías californianas en donde realizaron su obra artística, y con
el paso de los siglos o milenios, después de su desaparición, algunas
de las antiguas etnias cochimíes hayan forjado la leyenda de los
gigantes, admirados por su gran estatura.
Ya
en el fondo del barranco, las palmeras que se apreciaban pequeñas desde
lo alto, alcanzan alturas de más de 15 m. Es probable que los artistas
las usaran para fabricar andamios que les permitieron pintar las partes
altas del mural.
Los misioneros jesuitas llegaron a conocer varias pinturas
rupestres que encontraron en su peregrinar por las rancherías y misiones
de visita, pero nunca vieron Cueva Pintada por lo remoto de su
ubicación y difícil acceso, ya que siempre viajaban por rutas sobre las
altas mesas que se forman entre las cañadas; y sí es difícil el camino.
Perspectiva de Cueva Pintada.
Cortadas casi verticalmente entre estas mesas de la sierra, hay
un laberinto de barrancas en cuyos profundos cauces corren a veces
pequeñas corrientes o se forman pozas de agua cristalina, aunque las
esporádicas tormentas las pueden convertir en torrentes impetuosos;
frecuentemente se encuentran bosques de palmeras que se elevan a más de
15 m. de altura, pero que se empequeñecen al contrastarse con las
paredes de los precipicios que, en algunos casos, llegan a medir más de
300 m. de la mesa al fondo del arroyo; y a los lados, los cardones, el
palo Adán, el torote, nopaleras, pitahayas, mezcales y ocotillos se
armonizan en un conjunto de singular belleza.
A
diferencia de las pinturas rupestres europeas, en las que predominan los
animales, en las de la sierra peninsular abundan las figuras humanas,
como se observa en esta fotografía de Cueva Pintada.
De la Carretera Transpeninsular, poco antes de llegar a San
Ignacio procediendo del norte, sale un ramal de terracería hacia el
este, que conduce al poblado de San Francisco de la Sierra. Descender
desde aquí hasta el arroyo de Santa Teresa es una aventura que puede
tornarse peligrosa en muchas partes de la estrecha vereda, que por lo
pedregoso y pronunciado de la pendiente permite sólo el paso de bestias
mulares o burros; bordeando descendentemente los precipicios se llega al
fondo de la barranca, casi a la altura del Rancho Santa Teresa, de aquí
se sigue el pedregoso cauce del arroyo un poco hacia el noroeste por
unos cuatro kilómetros , el viajero debe entonces apearse de las bestias
y ascender a pie por una vereda que conduce hasta el lado izquierdo de
la cueva, entonces el visitante empieza a contemplar las pinturas hechas
en el respaldo rocoso y en el techo de aquella alargada oquedad de
piedra; una gran cantidad de figuras antropomórficas y de animales, a
veces pintadas unas sobre otras, van apareciendo ante sus ojos todo lo
cual se aprecia con comodidad gracias a un andador construido
paralelamente al mural, con lo que, además, se impide el acceso físico
directo a las pinturas.
En
el lado derecho de la cueva están las pinturas más bien conservadas,
algunas mitad negro y mitad rojo, y otras de un solo color. Es notoria
la disciplina a la que se sujetaron los artistas siguiendo siempre las
normas establecidas, sobre todo en la proporción anatómica y postura de
las figuras.
Al igual que en los numerosos murales rupestres de la región, los
pigmentos que emplearon los artistas fueron el ocre rojo, el negro y un
poco el amarillo, y para los trazos blancos usaron cal, que tal vez
obtuvieron por la calcinación de piedras carbonatadas o conchas marinas,
que al hidratarse produjeron la cal apagada; las investigaciones hechas
demuestran que los pigmentos de color requirieron de algún aglutinante
orgánico para poderse emplear, pero no el blanco. En el piso de la cueva
se encuentran grupos de cinco o seis excavaciones, de unos 10 cm., en
donde los artistas pusieron sus pigmentos pulverizados, y para pintar
las partes altas es casi seguro que construyeron andamios con los
troncos de palmeras que abundan en el cauce del arroyo, los cuales
pudieron amarrar con cordeles de fibras vegetales.
El
dinamismo de los animales contrasta con la rigidez de las figuras
humanas. El venado, con la cabeza levantada y la boca entreabierta,
parece jadear al tratar de escapar de los cazadores en un último
esfuerzo por salvar la vida.
Casi todas las figuras se delinearon exteriormente con blanco o
negro, y luego se rellenaron frecuentemente una mitad de rojo y la otra
de negro, aunque a veces aparecen de un solo color; en algunos casos
usaron estrías rojas o negras para llenar la figura, y en otros, como si
tuvieran prisa, simplemente hicieron el contorno sin pintar su
interior. El amarillo lo utilizaron un par de veces para dibujar una
enigmática cuadrícula de dos por cinco cuadros, cuyo significado no se
conoce.
El
venado y el borrego cimarrón son dos de los animales frecuentes en el
gran mural. Los hombres y los animales, su vida y su muerte, fueron
imágenes constantes en la mente de los primeros californios cuyos
artistas elaboraron normas específicas para plasmar tales vivencias en
su formidables pinturas.
Los artistas de Cueva Pintada y de casi todas las demás pinturas
rupestres del centro peninsular, salvo variantes poco significativas en
el estilo que se aprecian de región en región, pertenecen a una misma
escuela, cuyas normas se siguieron fielmente en lugares muy distantes y
por generaciones, lo que habla de un pueblo que supo sujetarse a una
disciplina rigurosa, y que fue capaz de una organización social que hizo
posible la total dedicación al arte de una casta tal vez privilegiada.
Los
pintores conocieron las ballenas, que pudieron haber visto en el Golfo
de Cortés, a unos 40 km. de Cueva Pintada, o en la Laguna Ojo de Liebre,
a 100 Km. al oeste, en el Océano Pacífico.
Algunas de las características comunes en todas estas pinturas
son las siguientes: al igual que en las pinturas antropomórficas del
arte prehistórico europeo, las de la península no muestran detalles
faciales o del cuerpo, además son casi siempre mayores que el tamaño
natural, frecuentemente, como ya se ha dicho, una mitad del cuerpo se
pintó roja y la otra negra, aunque también las hay de un solo color;
todas muestran un ser humano de frente, con los pies separados y sus
puntas hacia fuera, los brazos extendidos horizontales del hombro al
codo y verticales del codo a la mano, formando un ángulo casi recto, no
tienen cuello y algunas muestran un adorno en la cabeza consistente en
dos o tres prolongaciones como si fueran plumas o pequeños cuernos, o
quizá era un arreglo del cabello; las mujeres se diferencian por sus
pechos que se proyectan hacia los lados desde un poco abajo de las
axilas.
A
unos cientos de metros al suroeste de Cueva Pintada, está la Cueva de
las Flechas, en donde la figura central es un hombre atravesado por
siete flechas. ¿Qué mensaje o qué drama representaron los pintores en
esta imagen?
El intemperismo, y un respaldo rocoso cuya superficie tiende a la
desintegración, han afectado más a las pinturas del lado izquierdo, en
tanto que las del centro y extremo derecho de la cueva permanecen en muy
buen estado. Muchas de las imágenes de la cueva se sobrepintaron encima
de otras más antiguas, lo cual también se observa en Lascaux, Cabrerets
y otros sitios en Europa, sin que el artista se preocupara por borrar
las anteriores.
Tres coyotes parecen trotar a lo largo de la roca.
Esto, para algunos investigadores, significa que al pintor le era
tanto o más importante la acción misma de pintar que el resultado de su
obra, cuyo valor estético se da por añadidura; sin embargo, quien
contempla estas obras y percibe su belleza, el casi jadeo de los
animales perseguidos y la impasibilidad de los humanos sin rostro,
difícilmente aceptará esa hipótesis, el pintar pudo haber sido un acto
ceremonial, pero también afectivo y de gran inspiración, además de que
se tuvo mucho cuidado en seguir rigurosamente las reglas establecidas.
Las pinturas antiguas se ven borrosas y las encimadas después más vivas
en el color, lo que contribuye a producir, frecuentemente, un efecto
fantasmagórico o de semitransparencia. A diferencia del arte
prehistórico animalista de Europa, en los murales de Baja California son
tanto o más numerosas las figuras humanoides; en la fotografía de la
página 11 que muestra una sucesión de 14 siluetas, se incluye una mujer
aparentemente embarazada, cuyo abultado vientre se pintó sobre una
saliente semiesférica del respaldo rocoso, lo que produce un efecto
estereoscópico en quien la contempla; unas borrosas estrías blancas
sobre su pecho podrían indicar un adorno o prenda de ropa, y entre estas
figuras destacan lo que parecen ser las imágenes de dos niños.
Arriba,
borregos cimarrones, venados y figuras humanas se mezclan en un
conjunto en el que contrasta el dinamismo de los animales y una especie
de hieratismo antropomórfico. Abajo, lo que pudiera representar la cría
de un venado, aparece con un símbolo abstracto superpuesto formado por
círculos concéntricos, y lo que tal vez son cuatro astros o manos. ¿Fue
pintado todo por el mismo artista? Es probable, tomando en cuenta que
cerca hay suficiente espacio de respaldo rocoso sin usarse.
La fauna abarca venados y sus crías, borregos cimarrones,
conejos, liebres, coyotes, aves, tortugas, y un monstruo marino con
cuerpo de ballena que en lugar de cola tiene las extremidades
posteriores de una foca.
En
esta imagen humana, el pintor no siguió las reglas que caracterizan a
casi todas las figuras de Cueva Pintada. A la izquierda se observa una
cuadrícula amarillenta que tiende a lo abstracto, cuyo significado es
desconocido.
A diferencia de las figuras de personas congeladas en una postura
rígida e inmóvil, la apariencia de movimiento se aprecia en todos los
animales, que en algunos casos parecen trepar a saltos por la empinada
pendiente que forma hacia afuera el techo de la cueva; casi siempre con
la cabeza levantada, el hocico entreabierto, de perfil, y con las manos
frecuentemente flexionadas, como en actitud de saltar, produciendo una
impresión dinámica y de fuerte realismo.
Figuras
de animales en Cueva Pintada que podrían ser conejos o liebres. Sus
patas se diferencian de las que se pintaron en los venados, como es el
caso de la imagen siguiente.
Quienes primero tuvieron conocimiento de Cueva Pintada fueron los
rancheros que inicialmente colonizaron esa región. Buenaventura Arce,
quizá descendiente de un soldado español destacado en la península en
tiempos de la colonia, solicitó del gobierno mexicano la concesión de
terrenos en varias localidades para dedicarse al trabajo del campo; la
respuesta fue favorable y se le concedieron títulos para los ranchos de
Santa María en 1835, y San Francisco, San Zacarías y Santa Marta en
1840, otorgados por el jefe político Lic. Luis del Castillo Negrete.
Esta
figura forma parte del conjunto rupestre cercano a Santa Gertrudis, en
la que se muestra la misma escuela de los pintores de la Sierra de San
Francisco. Los vándalos, el descuido y el viento se asocian para
apresurar su destrucción.
Estando Santa Marta y San Francisco muy cerca del Arroyo de San
Pablo y Cueva Pintada, Buenaventura pudo haber sido el primero en
visitar el lugar, aunque no existen datos que confirmen el hecho , pero
uno de sus nietos, Cesáreo Arce, fue quien, según la tradición familiar,
estuvo por primera vez ante el gran mural, y de allí en adelante, otros
rancheros de la sierra empezaron a visitarlo de vez en cuando; por su
parte, don Pedro Altamirano contaba hasta hace poco que su padre,
Francisco Altamirano, ya conocía las pinturas cuando él nació en 1890,
lo cual lo sitúa, junto con Cesáreo, como uno de los posibles
descubridores de Cueva Pintada.
León Diguet, químico industrial que en 1889 empezó a trabajar para la compañía minera francesa que explotaba los yacimientos de cobre en Santa Rosalía, llevó a cabo, entre 1891 y 1894, las primeras investigaciones científicas de las pinturas rupestres y petroglifos de la península en más de 15 lugares, aunque su relación, publicada en 1895, adolece de inexactitudes e incurre en repeticiones, quizá porque algunas cosas las escribió basado en reportes que le hicieron los lugareños. Al término de sus exploraciones, donó al Museo del Hombre y al Museo de Historia Natural de París una colección de objetos encontrados en diversas localidades de la sierra, y su trabajo fue ampliamente reconocido, aunque nunca estuvo en Cueva Pintada.
León Diguet, químico industrial que en 1889 empezó a trabajar para la compañía minera francesa que explotaba los yacimientos de cobre en Santa Rosalía, llevó a cabo, entre 1891 y 1894, las primeras investigaciones científicas de las pinturas rupestres y petroglifos de la península en más de 15 lugares, aunque su relación, publicada en 1895, adolece de inexactitudes e incurre en repeticiones, quizá porque algunas cosas las escribió basado en reportes que le hicieron los lugareños. Al término de sus exploraciones, donó al Museo del Hombre y al Museo de Historia Natural de París una colección de objetos encontrados en diversas localidades de la sierra, y su trabajo fue ampliamente reconocido, aunque nunca estuvo en Cueva Pintada.
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